Estado de la naturaleza y Estado civil según Hobbes y Spinoza

Maximiliano López
20 min readMar 16, 2018

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Para Thomas Hobbes y Baruch de Spinoza, el Estado constituye una pieza elemental en sus teorías de filosofía política en cuanto al desarrollo de las fuerzas humanas tanto individuales como colectivas. Sin embargo, más allá de coincidir en los aspectos centrales del rol ejercido por el mismo en el diseño de un poder civil como superador del estado natural, existen diferencias en ambas formas de pensarlo.

El mayor aporte de ambos ha sido el de aplicar un método y un razonamiento científicos a las cuestiones humanas. Tratar de dar un contorno y un fondo a la constitución, en este caso, del Estado civil como un hecho basado en la razón colectiva que supedita los intereses individuales con el fin de que estos puedan desarrollarse de forma ordenada y bajo marcos que estén amparados en un pacto entre las diferentes partes que lo conforman.

A continuación abordaremos los pasos en la constitución del Estado civil según sus ideas como método para encontrar y echar luz sobre sus diferencias de tal modo que tendremos una comparación entre sus visiones tanto del estado de la naturaleza como del Estado civil, que coinciden en líneas generales pero a la vez difieren en conceptos que no merecen ser pasados por alto.

Lo precedente: el hombre en el estado de la naturaleza
Hobbes parte de abordar el estudio del Estado enfocándose en sus partes. Es decir, no podemos entender al Estado si no entendemos al hombre primero. Debemos estudiar al objeto por sus partes. Pues el Estado es una creación humana. El hombre es un ser vivo, consciente de sí y de sus deseos, que busca la satisfacción permanente de los mismos. El filósofo inglés decía en relación a su concepción de la naturaleza humana:

“La felicidad en esta vida no consiste en la serenidad de una mente satisfecha; porque no existe el finis ultimus (propósitos finales) ni el summum bonum (bien supremo) que hablan los libros de los viejos filósofos moralistas. Para un hombre, cuando su deseo ha alcanzado el fin, resulta la vida tan imposible como para otro cuyas sensaciones y fantasías están paralizadas. La felicidad es un continuo progreso de los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un camino para realizar otro ulterior. La causa de ello es que el objeto de los deseos humanos no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la via del deseo futuro. Por consiguiente, las acciones voluntarias e inclinaciones de todos los hombres tienden no solamente a procurar, sino, también, a asegurar una vida feliz (…) De este modo, señalo como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte”.

Aquí tenemos a Thomas Hobbes pensando como un hombre moderno. Reconociendo la naturaleza cambiante de la humanidad como motor de su desarrollo. El hombre y la mujer como seres ambiciosos. Que persiguen constantemente la felicidad. Cada fin o meta cumplida termina siendo un instrumento o un medio para asegurar una fase superior de esa felicidad o bienestar. O bien para asegurar esa misma felicidad conseguida con esfuerzo, astucia y pasión.

“La causa de esto no es siempre que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado; o que no llegue a satisfacerse como un moderado poder, sino que pueda asegurar su poderío y los fundamentos de su bienestar actual, adquiriendo otros nuevos (poderes y fundamentos de su bienestar)”

Podemos ejemplificar este deseo humano irrefrenable cuando compramos algo que nos gusta mucho como, por ejemplo, una computadora. Y para asegurar que no le pase nada a esa computadora nos hacemos de los elementos necesarios para cuidarla y darle mantenimiento así como también nos asesoramos para darle el cuidado suficiente o bien le pagamos a un tercero para que le de ese mantenimiento que por vagancia o falta de tiempo no podemos darle porque no quisimos o no pudimos asesorarnos y así va formándose una cadena de necesidades, medios y finalidades ad infinitum, que excede a la misma computadora que muere por inutilidad nuestra u obsolescencia programada y la reemplazamos por otra, hasta que nos morimos. O bien podemos citar al mismo Hobbes en una escala más amplia, y con un mejor ejemplo:

“De aquí se sigue que los reyes cuyo poder es grande, traten de asegurarlo en su país por medio de leyes, y en el exterior mediante guerras; logrando esto sobreviene un nuevo deseo: unas veces se anhela la fama derivada de una nueva conquista; otras, se desean placeres sensuales y fáciles, otras, la admiración o el deseo de ser adulado por la excelencia en algún arte o en otra habilidad de la mente”.

Cuanto más feliz es el hombre, más poder desea para defender y expandir lo conseguido dice, en pocas palabras, Thomas Hobbes. Quién supone que la condición humana en el estado de la naturaleza es egoísta, hedonista y racional y que ello hace a los hombres libres e iguales. Libres porque, en un estado natural, la restricción al movimiento se ausenta y no hay impedimentos para hacer o decir lo que uno quiere e iguales porque todos quieren las mismas cosas (felicidad, satisfacción de deseos, poder, etc.) El campo de acción es infinito e igual para todos los hombres en la naturaleza.
El abordaje spinoziano no parte del individuo como sucede con Thomas Hobbes, sino que lo hace de la totalidad para llegar al individuo. Solo desde la totalidad, para Spinoza, puede tenerse un conocimiento sustentado en certezas de la razón.

Según Spinoza, el ser también se da en la naturaleza y es una máquina de desear cosas tangibles e intangibles. Sin embargo, surgen diferencias casi estructurales en su concepción del mismo. Pues, para Baruch, a diferencia de lo que afirma Hobbes como un postulado central de su teoría, los hombres, en su estado natural, no son libres, ni iguales, ni racionales.

La naturaleza universal, una ampliación del estado natural hobbesiano, para Baruch Spinoza es una “infinita expresión de dios”. Su encarnación misma. Nada puede existir fuera de dios, pues todo es dios. Su potencia, como la de la naturaleza universal, al ser su misma encarnación, es infinita. Aquí, el filósofo equipara al derecho con el poder y, por medio de su lógica panteísta, establece que cada ser, en el estado de la naturaleza, tiene tanto derecho como potencia. Pero estos, a diferencia de la naturaleza universal, es decir, de dios, poseen esos elementos pero en forma finita, hasta donde llegan sus respectivos poderes. A través de ese razonamiento, Spinoza deduce que los hombres en el estado natural no son iguales porque poseen derechos y potencias, determinadas por la naturaleza en la que nace y se desarrolla, que difieren entre sí. No pueden equipararse.

El concepto de naturaleza universal hace referencia a toda una vasta e infinita red de estados naturales que escapan al dominio pleno del hombre. Ampliando sus límites mismos dentro de un estado natural que, categorizado como lo hizo Hobbes, le da a los seres humanos un rol favorecido en términos de razón, libertad e igualdad sobre los elementos y particularidades de la naturaleza, Spinoza lo que hace es incluir aquello que Hobbes dejó afuera en ese estado natural. Aquello que pueden dominar parcialmente otros seres vivientes en su respectivo estado natural o solo puede dominar dios como representación de esa naturaleza universal que es. La naturaleza infinita que lo integra todo y de la que el ser humano y su naturaleza son apenas un componente.

Como parte del estado de la naturaleza, el derecho natural no pertenece al reino de la razón. Allí, la naturaleza indica al ser como vivir y obrar a través de leyes físicas. No hay igualdad porque si la naturaleza se rige bajo esas leyes, ello implica que, el hombre, en ese contexto, también. La física no determina a los hombres como iguales. La naturaleza en donde se mueve el hombre, los recursos que ella dispone, no son suficientes para que sean repartidos por igual entre todos los seres humanos ni tampoco se rigen por un sistema orgánico de autorregulación distributiva que posibilite tal cosa. El hombre más fuerte físicamente y/o que accede a más recursos vence al que tiene menos. El mejor en lo suyo vence al resto de sus competidores e impone sus reglas. Que corren riesgo de ser barridas a la hora o día siguiente por alguien más potente. Las ecuaciones y relaciones de fuerzas humanas en su estado natural siempre arrojarán como resultado un reflejo de la desigualdad entre las mismas.

Respecto a la libertad en el estado natural, Baruch Spinoza dice que los hombres son libres de todo aquello que les permite hacer “su” naturaleza. Esto es, aquello que les es posible o factible realizar. Lo cual no es libertad, sino condicionamiento de las leyes de su naturaleza. No pueden hacer “todo” lo que quieren en otra naturaleza que les es ajena y a la que no pueden adaptarse físicamente. Y pueden hacer mucho menos de lo que quieren si extendemos su margen de acción en el vasto e infinito mundo de la naturaleza universal.
El hombre en estado natural piensa pero no es racional, evalúa Spinoza, en contrapunto con Hobbes. En todo caso, el hombre que puede razonar tiene conocimiento de “su” naturaleza. Pero no actúa en base a su razón porque las pasiones dominan.

Los hombres, en el contexto de un estado de la naturaleza precario, y en donde los eslabones más poderosos dominan a los más débiles, cuentan con una razón, libertad e igualdad limitada a la naturaleza que perciben (Su naturaleza, no la naturaleza universal representada en dios). En base a esos tres elementos limitados y finitos, todo ser se esfuerza en la medida de lo posible por preservarse y perseverar en sus pasiones y deseos. Pero en ese estado brutal las pasiones ensombrecen las muy limitadas capacidades de la razón en tal contexto.

Tanto Thomas Hobbes como Spinoza consideran que el estado de la naturaleza es precario y brutal. Un ámbito en el que, si bien los seres humanos buscan abrirse paso en la conquista de sus metas, esta conquista, esta pulsión en la búsqueda de la felicidad y el desarrollo, se da en una forma que refleja el medio en el que se mueven; brutal y precaria. Dominada por las pasiones. Tiene lugar un desarrollo fragmentado y caótico, en el que la victoria de uno y la derrota de otros al día siguiente pueden transformarse en la victoria de los otros y la derrota de uno. Un estado de guerra impredecible que agita todo tipo de pasiones y emociones impredecibles que sumergen al ser en la incertidumbre.

La constitución del Estado civil
El caos y el desorden fomentado por el estado natural en el ser hace necesario, para este, el pactar con otros sujetos a fin de constituir un orden que permita una “búsqueda de la felicidad” más ordenada y predecible. Tanto Hobbes como Spinoza están de acuerdo en ello. Sin embargo, mientras que para Hobbes el motor que conduce a los hombres a pactar entre sí es el miedo a morir en esa búsqueda individual, irrefrenable y violenta por consumar deseos, Baruch Spinoza enriquece el argumento agregando que, el hombre, es movido a pactar tanto por el miedo como la esperanza de poder cumplir sus objetivos y metas.

Thomas Hobbes especifica que las leyes de la naturaleza (“tales como justicia, equidad, modestia, piedad, y, en suma “haz a los otros lo que quieras que los otros te hagan a ti””) pueden ser respetadas y cumplidas siempre y cuando se constituya un poder como fruto de un pacto social entre individuos. De otra manera, sin el “temor a un determinado poder que motive su observancia”, son contrarias a las pasiones naturales del hombre que, como mencionamos, contrarrestan el raciocinio, la libertad y la igualdad entre los hombres en estado natural.

A lo que apunta Hobbes es a la constitución de un Estado civil como creación artificial de los hombres. El surgimiento de este puede darse tanto a través de un acto de guerra en el que el vencedor obtiene la sumisión del vencido y con ello, la voluntad para formarlo, “cuando un hombre hace que sus hijos y los hijos de sus hijos se sometan a su autoridad”, o bien “cuando los hombres se ponen de acuerdo entre sí para someterse a un hombre o a una asamblea de hombres voluntariamente con el objetivo de ser protegidos por ellos contra todos los demás.”

En ese marco, totalmente nuevo y centrado en el respeto e impartimiento de las leyes de la naturaleza de una manera basada en la razón, se dividen en actores y autores. El autor es el dueño de sus palabras y acciones, mientras que el actor es quien las representa como persona. Hobbes aquí, lo que hace, es definir persona como el disfraz o la apariencia del hombre. La vida en sociedad, como producto de la constitución del Estado civil, se contrapone al estado de la naturaleza en el sentido que existen actores y autores en oposición a la condición indivisible del hombre natural como actor y autor a la vez.

La persona (representación o actor) que se erige como representante puede serlo de muchas personas. A tal punto que, con el consentimiento generalizado de una multitud, puede constituirse como representante del poder soberano. Esto es, una multitud de hombres pueden convertirse en una persona siempre y cuando esté representada por ese hombre o persona. La multitud solo es una por medio del representante quien, en nombre de ella, actúa sin límites ni reservas.

Spinoza, por su parte, explica que el pacto social que da lugar al Estado es promovido en pos de un desarrollo ordenado de pasiones. Pues los hombres solo respetan un pacto cuando es funcional o conveniente al desarrollo de las mismas ya que a ningúno de ellos les gusta vivir plenamente de acuerdo a los dictados de otra persona. Para que no proliferen los egoísmos y las tiranías individuales es necesario constituir una orden que de seguridad para que el ser pueda preservarse y perseverar en su justa y armoniosa medida para que otros seres también puedan preservarse y perseverar en sus deseos.

El orden constituido colectivamente a través del Estado civil responde, para Baruch de Spinoza, a la necesidad del ser humano de someterse a una autoridad común, legitimada por una multitud de hombres determinados como iguales por ese mismo Estado. Las diferencias surgen respecto al papel que cumplen tanto los gobernantes como los gobernados en el marco del Estado civil. Entre ambos filósofos no hay duda que este debe tener un rol absoluto y vital en el desarrollo de fuerzas sociales, económicas y culturales. Sin embargo, mientras Hobbes dice que la constitución del Estado es fruto únicamente del miedo de los hombres a morir a manos de otros o que el mismo resigna su libertad en pos de la constitución de un orden superior y artificial que le dará seguridad para cumplir sus deseos tranquilamente, Spinoza da otra dimensión y lectura a esos conceptos utilizados por Hobbes como veremos a continuación.

El Estado absoluto para Hobbes y Spinoza
Ambos autores conceptualizan al Estado civil como un organismo de características absolutas. Ya que su conformación es consecuencia del pacto entre todas las partes de una comunidad constituida como tal, con sus leyes y derechos que reflejan la participación todas ellas en su constitución a través de la actuación de sus representantes. Pero el absolutismo mencionado tanto por Hobbes como por Spinoza difiere entre sí.

El utilitarismo es la base del Estado hobbesiano. El poder soberano es creado por mera utilidad humana como medio para el cuidado de su propia conservación y el logro de una vida más armoniosa. Es el producto de un consenso en el que todos los hombres de una comunidad renuncian naturalmente a la libertad que les da su estado natural a cambio de la protección de un soberano o asamblea de soberanos que actúe en su nombre e imparta el monopolio de la protección para todos los súbditos. Para Hobbes, la renuncia a la libertad es total en pos de la construcción de un poder soberano de carácter absoluto sobre cualquier condicionamiento de privados.

Lo clave en la interpretación teórica de Spinoza sobre la constitución del Estado Civil y su naturaleza absoluta es la dualidad entre utilitarismo y hedonismo. En donde dice Hobbes que cedemos libertad para la conformación de un Estado que nos brinde seguridad, Baruch explica que esa seguridad puede ser entendida, a la vez, como libertad. La libertad y autonomía que cedemos a una entidad mayor, constituida como la suma de voluntades entre pares (determinados de igual manera a través de la categorización de esa misma entidad mayor, el Estado civil), brinda protección y seguridad que debe tener como objetivo potenciar la libertad social e individual.

El Estado surge no solo para anular incertidumbres y riesgos. Sino también por el simple hecho de que un hombre solo, separado del resto, no puede hacer todas las cosas bien o no puede hacer nada. No solo la seguridad que brinde el poder público dará tiempo y libertad para que los hombres puedan llevar a cabo acciones en busca de consumar deseos, también, lo que señala Baruch Spinoza, la asociación en la que se cristaliza el pacto que da lugar al Estado Civil activa asociaciones e instituciones en su interior de cara a la consecución de metas, objetivos e intereses humanos como forma de potenciar a los individuos en su búsqueda de satisfacción.

En ese mismo sentido, Spinoza dice que la libertad es parte de un Estado civil porque es difícil quitársela al hombre cuando se le fue entregada preteritamente. Por eso, señala, el poder debe estar en manos de la sociedad entera. Solo de esa manera cada individuo de la sociedad soberana se obedecerá y vigilará a sí mismo. Toda ley, derecho y garantía será de su elaboración. Aquí podemos ver que el estado absolutista de Spinoza tiene una significación bastante diferente al de Thomas Hobbes. Mientras este, cuando habla de absolutismo, se refiere a un Estado civil encabezado por una persona en representación de la comunidad, es decir, el rey, el pensador panteísta piensa en un Estado que refleje la participación de todas las partes de la sociedad sobre la que gravita. Habla de un absolutismo democrático y difuso.
El filósofo político inglés hace una defensa del sistema monárquico como el que otorga la mayor seguridad, estabilidad y certidumbre. Prefiere el poder concentrado en un rey antes que al diseminado en pocos o muchos hombres pues es, según su juicio, el menos propenso al incurrir en acciones contrarias a la sociedad, al pacto entre hombres o cualquiera sea el acto de legitimidad que lo haya erigido en poder común. Mientras que en una aristocracia o una democracia, los vicios del poder como la intriga, la corrupción y el abuso de autoridad se multiplicarían a través de las múltiples porosidades que pueden llegar a tener lugar en un gobierno asambleario, en una monarquía, ese tipo de pasiones, de las que un rey no estaría exento si incurre en abusos como, por ejemplo, “el inconveniente de que cualquier súbdito puede ser privado de todo cuanto posee, por el poder de un solo hombre para favorecer a un favorito o adulador”, pueden mantenerse limitadas. Los peligros encarnados en los mencionados vicios tanto como en amenazas internas y externas estarían bajo un mayor y mejor control en marco concentrado de poder.

Hobbes expresa que la superioridad de la monarquía en comparación a la democracia y la aristocracia reside no tanto en la diferencia en cómo se organiza el poder, sino en la “conveniencia o aptitud para producir la paz y seguridad del pueblo. Fin para el cual (los gobiernos) fueron instituidos.” Asevera que no está sujeta a las contradicciones entre lo público y lo privado ya que es un sistema en el que ambos espacios coinciden (“La riqueza, el poder y el honor de un monarca descansan sobre la riqueza, el poder y la reputación de sus súbditos”). Para la estabilidad de la monarquía es preciso que los súbditos, afirma Hobbes, no sean pobres, débiles por necesidad o desobedientes. Pues esa contradicción puede ser letal en el marco de un conflicto interno o externo. En comparación a una democracia o una aristocracia, la prosperidad pública es compatible con la prosperidad privada.

El monarca, sigue Hobbes, es el único soberano y no puede estar en desacuerdo consigo mismo, no hay envidias o posibles traiciones de otros hombres equiparados en poder, ni peligro de que la institución de gobierno sea desvirtuada por el mal gobierno producto de malos consejos y asesorías, pues nadie intervendría en la agenda de gobierno del rey y el mismo buscaría a los mejores consejeros en cada materia de gobierno. Para una monarquía “no puede haber más inclemencia que la que le propine la naturaleza misma.”
Spinoza, por su parte, tiene muchas dudas respecto a la sustentabilidad de la monarquía como sistema político. Pues si se le da el poder a un solo hombre para que gobierne en representación del resto de la población, este tipo de gobierno debe tener algo que lo eleve de la sociedad humana. Si no posee esa característica debe intentar hacerse de ella o simular tenerla. No está en contra de la monarquía, pero el pensador manifiesta que es el tipo de organización del Estado que más se aleja de lo absoluto democrático y que más oprime las libertades ciudadanas. Sin embargo, cree posible que, en esa forma de organización del Estado civil, el gobierno pueda adoptar una orientación democratizante si hace hincapié en abrir la representatividad incluyendo actores diversos en el mismo que reflejen las particularidades y complejidades de la comunidad gobernada.

Un monarca debería formar un gobierno conformado por consejeros temporales (es decir, que vayan siendo reemplazados a fin de que todos los estamentos de la comunidad gobernada tengan representación en el consejo) que representen a todos los sectores de la población gobernada (Spinoza dividía a la sociedad en clanes). El tamaño de ese gabinete de consejeros para Spinoza tendría que ser proporcional al tamaño de la población. El rey, en ese marco, siempre debe obrar en consonancia con la opinión mayoritaria de ese consejo o al menos, inclinarse por alguna de las que tienen lugar allí en relación a determinado asunto público. “Cuanto más se preocupe por el bien común, tanto más dueño será de sí mismo y tanto mayor será su autoridad.”

“El pueblo puede conservar con un rey una libertad muy amplia, siempre que la potencia otorgada al rey este determinada por la sola potencia de la multitud, y no tenga otra protección que la multitud.”

Para Spinoza, es indispensable que, para una extendida durabilidad de la monarquía, esta no solo se guíe por medio de infundir terror en la población sino también posibilitando la constitución de espacios para que los hombres puedan ejercer sus libertades. Es una regla para que todo sistema político que organice al Estado civil, según él, pueda mantenerse como tal sea monárquico, aristocrático o democrático. Pues las leyes deben organizar a los hombres y generar un respeto de ellos hacia ella pero que no solo este basado en el miedo ejercido por el poder de las armas y los ejércitos sino también en la esperanza.

Mientras más abierta sea la forma en la que se organiza el Estado, mientras más abierta a la participación sea, menos posibilidades hay de que los hombres estén sujetos a total obediencia. Pues obrarían más por su propio consentimiento que por temor a la autoridad. Para Spinoza, la aristocracia y la democracia son sistemas más compatibles con la libertad humana. Pues tienen una naturaleza representativa más abierta y difusa que la que ostenta el sistema monárquico.

Para Spinoza, la aristocracia representa una forma de gobierno del Estado civil que se acerca más a la sociedad. El poder no se concentra en uno solo sino que en varios hombres. No todos, sino los notables. No obstante, la representación de una asamblea aristócrata debe reflejar la conformación de la sociedad gobernada (distribución de poder entre los notables de los clanes que la conforman) y atenerse a un mismo principio orientado a la democratización. A generar una cantidad de espacios de libertad que se equipare al grado de protección y seguridad.

La democracia es el sistema político ideal para organizar la sociedad y el Estado civil, asegura Baruch Spinoza. Pues es el que más respeta la asociación indisoluble entre seguridad y libertad. El poder está diseminado en toda la sociedad, no en una persona o una elite, que elige a sus representantes, provenientes de todos los sectores (clanes). El gobernante y los gobernados son los mismos. Se alcanza el ideal spinoziano del absolutismo democrático. Es decir, el poder absoluto de la multitud. Mientras el poder este mas repartido, piensa, es más seguro y fuerte, contrario a lo que asegura Hobbes.
El ideal absoluto democrático de Spinoza delimita las fronteras del absolutismo absoluto hobbesiano. Pues afirma que no hay un poder tan grande como para desnaturalizar a los hombres y ningún poder puede impedir constantemente que los hombres piensen y hablen libremente. Él piensa que es mejor para la existencia y seguridad del Estado ampliar los márgenes de libertad. Lo que no se puede prohibir se puede permitir. Es mejor para el gobierno y el Estado reconocer a las minorías y sus opiniones disonantes con el fin de absorberlas para su mayor fortaleza antes que marginarlas y generar enemigos que pongan en riesgo la unidad política del Estado civil. El fin último del Estado es la libertad. Liberar del miedo a los hombres, vivir con seguridad y libertad. Asegurar el derecho a la existencia sin daño propio ni ajeno. No convertir al ser humano en una bestia o un autómata.

La base del pensamiento político de Spinoza es que el derecho es potencia. La potencia de dos es mayor a la de uno. Mientras más hombres se coaliguen y sustenten al Estado, más potencias y derechos hay. La amenaza de disolución y separación siempre es algo latente. Y por esa razón Hobbes cree que un poder concentrado en una persona es mejor. Spinoza sabe que las pasiones en un estado democrático pueden multiplicarse y ponerlo en peligro, pero también dice que la razón fuerza al acuerdo y la unión haciendo a los hombres encontrar coincidencias en sus pensamientos que conforman un pensamiento colectivo. Uniforme en sus coincidencias y constituido en base al consenso de los argumentos. La asociación entre derechos y potencias individuales, es decir, la multitud, representa la potencia y el derecho supremos que debe hacerse con el derecho soberano.

La multitud, para Baruch Spinoza y Thomas Hobbes, es la base de apoyo y legitimación con la que debe contar cualquier tipo de organización del Estado, sea democrática, aristocrática o monárquica. Lo ideal para Spinoza es una democracia, ya que allí la multitud gobernada es el gobierno, pero los otros sistemas, más allá de sus limitaciones en materia de representatividad y participación, son perfectibles siempre y cuando su apoyo tenga lugar y sea mínimamente representada en sus intereses.

Conclusiones: Un Estado a contraluz. Spinoza como complemento de Hobbes.
Thomas Hobbes propone la consolidación de un Estado civil con características fuertes y autoritarias. Un Estado sustentado por la multitud que quiere dejar atrás al estado de la naturaleza, la incertidumbre y la violencia como obstáculos en su senda de vida y progreso hacia el cumplimiento de sus metas y deseos.

Sin embargo, el filósofo político inglés, en medio de Leviatán, también establece y contempla un aspecto puntual relacionado a las contingencias que podían suceder respecto a la relación entre gobernantes y gobernados. En la misma, afirma que si el gobierno que encabeza el Estado en representación de la multitud no respeta sistemáticamente o no prioriza las necesidades elementales de esa multitud (como el acceso a la alimentación, por ejemplo) esta cuenta con el derecho de desobedecer el mando del gobierno y el Estado civil.

Ese derecho, en un mar de cesiones de derechos del hombre en pos del fortalecimiento del Estado civil, es el gran punto de contacto entre Hobbes y Spinoza. Quien, a partir de ese derecho (o potencia) se encarga de llevar adelante la misión de dotar de una nueva dimensión al pensamiento político del inglés. De dar paso a una corriente generosa de ideas que profundicen ese derecho civil a manifestarse en libertad sin que ello signifique poner en peligro al Estado civil.

Lo que hace Baruch Spinoza es redimensionar tanto el estado de la naturaleza (la naturaleza universal) como el Estado civil, no oponiéndose a los postulados de Thomas Hobbes sino complementándolos y dotándolos de complejidad. Una complejidad que responde a un abordaje más comprensivo de la sociedad que gobiernan los Estados civiles en el cual se echa luz sobre las particularidades de la misma y que propone la inclusión de estas, estén o no de acuerdo con los fundamentos del estado bajo el que se encuentran regidos por sus representantes, como manera de ir adaptando esos mismos fundamentos de modo que alcancen a representar a esas particularidades.

El aporte de Spinoza al pensamiento hobbesiano es fundamental para entender como la representatividad del Estado sobre la población puede tener una naturaleza flexible y pragmática. No solo encerrarse en la imposición de un respeto basado en el terror sobre la sociedad, en la fuerza de las armas y la violencia monopolizada por el Estado, pues ello puede constituir amenazas a mediano y largo plazo, sino también en la adopción de nuevas perspectivas y miradas sobre los conflictos que pueden suceder en el seno de la sociedad y el Estado basadas no tanto en la represión sino más bien en la diplomacia y el entendimiento. En la inclusión y conciliación de distintos puntos de vista en la gobernanza del Estado. Sin que ello signifique relegar el Estado civil y su principio del bien común a intereses particulares como un potencial preludio a un retorno hacia el estado salvaje.

Bibliografía consultada:
- HOBBES Thomas, Leviatán, Ediciones del Libertador, primera edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2004.

- SPINOZA Baruch, Tratado Político, Editorial Quadrata, primera edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2004.

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