La historia y el historiador en la sociedad según Enrique Florescano

Maximiliano López
7 min read2 days ago

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En los apartados Historia para sancionar el presente: el pasado vivo y actuante y E1 historiador y la producción del texto De la memoria al poder de la historia como explicación, que aparece en la compilación de ensayos ‘Historia ¿Para qué?’ el historiador mexicano Enrique Florescano aborda el uso que las distintas corrientes de interpretación que integran tanto la base como la superestructura de una formación económico social hacen de la historia y también la posición del historiador en estas interpretaciones en tanto fuerza de trabajo que las desarrolla en el marco de relaciones sociales de producción que se inscriben en un modo de producción determinado dentro de la base.

En el primer apartado, Florescano se enfoca en el uso que hacen de la historia las distintas instituciones y corporaciones que integran una superestructura para legitimar un modo de producción dominante a través de un camino en el que la historia deja de ser tan solo una memoria del poder a coexistir conflictivamente con una naturaleza explicativa, mientras que, en el cuarto apartado, pone énfasis en la forma de trabajar que tiene el historiador en medio de esa tensión entre la memoria del poder y la explicación que se inscribe en un modo de producción capitalista en el que se separa a la obra de su productor. Es decir, solo importa el tiempo pasado del que habla la obra, esta última en tanto mercancía, y no el de la fuerza de trabajo que la produce. Esa producción separada de sus condiciones materiales legitima intereses específicos en relación al ámbito en el que tienen lugar las relaciones sociales de producción en la que se desenvuelve el historiador, y generales, que se inscriben en la superestructura de la formación económico social en la que reproduce su vida.

Historia y superestructura

En el primer apartado, Florescano analiza la interpretación de la historia y su naturaleza fluctuante de acuerdo a conformación identitaria de los sectores que integran el poder dominante de determinada época. Según las características ideológicas de ese poder, se valorizan o pormenorizan momentos históricos. Próceres que durante un ciclo político anterior eran despreciados pasan a ser importantes. La historia así, aparece como una herramienta al servicio de quienes controlan las instituciones y esferas situadas en la superestructura de una formación económico social, la cual busca legitimar al modo de producción dominante que se pretende consolidar y darle un sentido con una narrativa de hechos que resaltan periodos, personajes y acontecimientos sobre los que se sustenta la ideología del poder dominante y, a su vez, se establece un antagonismo frente a otras narrativas del pasado y el presente.

Hay una relación dialéctica entre una ideología que gana peso en un presente determinado y el pasado, ya que por medio de la selectividad de hechos y desarrollos históricos ella misma es descrita por esa misma selección y jerarquización y, por extensión, también describe al presente desde donde tiene desarrollo por medio de esa selección, jerarquización, estigmatización y omisión de hechos históricos, pues echa luz sobre la relación de fuerzas entre distintas posiciones que acontece al momento que domina determinado bloque hegemónico. Distintas jerarquizaciones de interpretaciones, así como antagonismos entre ellas, se han reconfigurado constantemente a lo largo del tiempo. Los distintos ciclos políticos, con sus reconstrucciones del pasado de acuerdo al modelo que pretenden para su presente y el futuro, en su legitimación y omisión de hechos del pasado, dejan un campo sedimentado de interpretaciones que se reposicionan, superponen y reconfiguran a medida que se suman.

Florescano sitúa a la ilustración, la modernidad y la contemporaneidad como momentos bisagra en cuanto al uso de la historia en la construcción de poder y legitimidad. Sectores que antes eran invisibilizados o surgieron al calor de esta época construyen nuevas interpretaciones sobre la historia. El Por qué, a la vez que visibilizarlas, potencia a la historia como explicación. Este periodo en el que toman impulso las interpretaciones de la historia como explicación que sanciona al presente abre nuevos procesos de reconfiguración del poder político, con la transformación y ampliación de las clases dominantes que lo controlan, y, por ende, pone en crisis a la monopolización de la historia como memoria del poder. La incorporación de elementos científicos en el estudio de la historia y la ampliación progresiva de derechos y delegaciones de poder desde el estado a la sociedad civil partir de finales del siglo XVIII ponen de relieve el paso de la historia como memoria del poder unívoca a una convivencia con la noción de la misma en tanto herramienta de explicación de por qué el poder llegó a constituirse como tal.

En este marco, una diversidad de interpretaciones de la historia toman lugar. Es un proceso que se da de una forma desigual y combinada, ya que varía según el estadio que atraviesan las formaciones económico sociales en relación a la naturaleza de su superestructura y base de producción. Florescano enmarca esta cuestión en el grado de concentración de la superestructura. Si la misma se concentra en una sola institución, como el Estado, la Iglesia o cualquier corporación que ejerza un monopolio de poder, la interpretación de la historia es reflejo de la narrativa que busca posicionar esa institución como dominante, si es difusa, tienen lugar una multiplicidad de interpretaciones de una variedad de organizaciones e instituciones situadas en distintos lugares de la sociedad civil.

Esta fragmentación de interpretaciones, sin embargo, persiguen sus propias agendas e intereses, así como también lo hace, por ejemplo, un Estado en una superestructura concentrada. Y estas interpretaciones, así como las usinas de donde provienen, tienden a buscar su posición en el marco de una superestructura difusa que, más allá de esta democratización de interpretaciones históricas, asimila posturas divergentes despojándolas las condiciones materiales del presente en las que se desarrollan. Deja de esta manera en una contradicción con sus propios medios de producción a narrativas alternativas a la ideología hegemónica del presente que critica en su interpretación de la historia, y las institucionaliza en aras de legitimar un modo de producción dominante. Así sucede con el capitalismo y sus sucesivas transformaciones, un modo de producción en constante cambio legitimado por una superestructura también en permanente reconfiguración en orden de legitimarlo ante la base, facilitada por la asimilación de interpretaciones divergentes mediante su cristalización institucional.

El historiador y su modo de producción

Ya en el apartado IV, Florescano pone el foco al interior de esa variada textura de interpretaciones de la historia que, sin embargo, en su mayoría, obedecen a un modo de producción dominante. Más precisamente, hace hincapié en lo que sucede con el historiador en su labor de interpretar la historia, en el modo de producción detrás de las interpretaciones de la misma. Así como las interpretaciones de la historia en una formación económico social hablan de su presente, la interpretación de la historia que realiza un historiador habla de cómo se producen estas en el presente.

Florescano pone de relieve que la selección de elementos históricos que realiza el historiador refleja en una escala micro lo que una formación económico social, con su correspondiente y particular base y superestructura, pretende priorizar de la historia en un presente determinado, y que ello es un aspecto que suele invisibilizarse a través del ocultamiento del modo de producción de las interpretaciones alrededor de la historia. En ese sentido, argumenta que hay una separación entre la obra y el autor que despoja a la primera del contexto en el que se realiza, del proceso productivo que la genera.

En una observación similar a la que realiza Lucien Febvre (1993) en el texto Combates por la historia[1], el autor alude al pensamiento de Michel de Certeau y argumenta que esta separación invisibiliza ‘la naturaleza social de la investigación histórica y el marco necesario para hacer un análisis coherente de la obra histórica como producto científico e ideológico’ (Florescano, 1995: p. 124) y observa que hay una idea dominante de quien interpreta a la historia como alguien que flota sobre los sucesos históricos y sociales, y no integra el presente de la formación económico social desde la que produce su obra ni de las condiciones materiales en las que la desarrolla.

Al dejar de lado al modo de producción de la interpretación histórica, también se también omiten las relaciones sociales de producción en las que el historiador se ve inmerso en el marco de las jerarquías que rigen instituciones, organizaciones y agrupaciones en donde desarrolla su investigación. Es decir, el ‘tejido real de intereses, ambiciones y manipulaciones del aparato institucional que condiciona a la base de producción’ (Florescano, 1995: p. 126) que limitan el campo del estudio de la historia a legitimar un modo de producirlo. Ante la invisibilización de la fuerza de trabajo, solo queda la obra en tanto mercancía en un presente hegemonizado por el modo de producción capitalista en la que pueden coexistir interpretaciones de la historia que validan o no al capitalismo, pero que, como obras en sí lo legitiman cuando se deja a un lado el presente material en el que desarrollan y se presentan como una mercancía más.

Florescano afirma frente a esta dinámica que, si bien la historia es un ‘proceso productivo de naturaleza social y colectiva’ (Florescano, 1995: p. 127), la separación de la obra y de quienes la producen genera una contradicción entre dicha naturaleza y ‘la utilización gremial e individual de sus productos’ (Florescano, 1995: p. 127). A su vez, expresa que resulta necesario que el historiador sea consciente tanto del modo de producción y las relaciones sociales de producción en las cuales desarrolla su trabajo como de los intereses que se persiguen con lo que produce en la superestructura que rige el presente y legitima el modo de producción bajo el cual lleva a cabo su labor en la base, tanto a partir del entorno profesional inmediato en el que se desempeña como a un nivel general.

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[1] En dicho texto, el historiador francés Lucien Febvre pone el eje de discusión en el rol del historiador de individuo en tanto sujeto social y la incorporación del valor humano en sus interpretaciones sobre la historia nutrida a partir de una existencia social activa y consciente en el presente desde el que produce sus obras.

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