Rumania en los noventas: la transición impopular y la selección popular

Maximiliano López
36 min readApr 8, 2021

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El equipo de Rumania en Estados Unidos 1994

Desde el siglo XX, el fútbol ha sido una parte esencial de la sociedad rumana más allá de las participaciones espasmódicas de su selección en mundiales y ausentarse en las rondas finales desde 1998. Participó en las tres primeras copas mundiales de fútbol, récord ostentado sólo por Francia, Bélgica y Brasil. Tuvieron que pasar tres décadas para que volviera a aparecer en la competición, en México 1970. Después de ese equipo de los años setenta comenzó una nueva oscuridad, aunque una menos prolongada, porque, en los ochenta, el fútbol pasó a formar una parte central de la política de estado emprendida por la entonces República Socialista de Rumania.

La Unión Soviética, Checoslovaquia, Hungría en los años cincuenta, Polonia y Yugoslavia eran, por aquellos años, ejemplos de selecciones de países inmersos en las diversas variantes de real socialismo con desempeños futbolísticos entre distintos y exitosos a nivel continental y mundial. Las potencias al otro lado de la cortina de hierro no paraban de cosechar, por lo general, campañas que los llevaban a los cuartos o a semifinales de copas europeas y mundiales, o mismo a finales, siendo el máximo logro la Eurocopa ganada en 1960 por los soviéticos o los torneos olímpicos ganados por Yugoslavia y la URSS entre los sesenta y setenta.

Para comienzos de los años ochenta, la situación socio-económica de Rumania había comenzado a declinar. La geopolítica de la Guerra Fría estaba en pleno proceso de cambios, y en la nueva realidad que se configuraba, ingresaba en un terreno no del todo favorable para sostener el estado socialista burocrático edificado durante la posguerra. Sumado a ello, las relaciones con EEUU durante los mandatos de Carter y Reagan entraron en franco deterioro. Lo mismo sucedió con la URSS a partir del ascenso de Gorbachov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Entre la segunda mitad de los años setenta y el primer lustro de los ochenta, Rumania pasó de ser un niño mimado, el hermano menor de la rebelde Yugoslavia en términos de crítica al imperialismo de Moscú, a ser caracterizado como un estado paria en donde se multiplicaban las violaciones a los derechos humanos. El neoestalinismo línea hardcore condimentado con pragmatismo geopolítico de Ceausescu quedaba crecientemente al descubierto en un escenario internacional distinto a la détente (1) de los años setenta, en el que la Unión Soviética viró hacia posturas más reformistas luego de la muerte de Brezhnev y al calor del agotamiento de la economía, mientras que Estados Unidos, luego de administrar sus propias crisis políticas (derrota en Vietnam, renuncia de Nixon, final pésimo de Carter) y económicas (crisis del petróleo y del estado de bienestar), reanudó su confrontación con el bloque soviético a partir de la invasión del Ejército Rojo a Afganistán.

Los ingresos económicos fueron reduciéndose en paralelo al aislamiento internacional que el país había comenzado a experimentar debido a su denunciada persecución a todo tipo de oposición y la caída en el valor de sus commodities. En ese escenario complejo, a Niculae Ceausescu se le ocurrió que por medio del pago religioso de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional contraída en las pasadas décadas, cuando el efectivo fluía hacia el entonces “socialismo amigo de Occidente”, la imagen del país podía recuperarse. También profundizó el faraónico proyecto de renovación urbana (2) que comprendía, entre otros ejes, la totalidad del casco histórico de la capital, Bucarest. Ese mix influyó sustancialmente en el deterioro sustancial en el nivel de vida de las rumanas y los rumanos.

En medio de esas y otras decisiones erráticas que fue tomando en el camino el conducator, empujado por las experiencias futbolísticas exitosas en el Pacto de Varsovia y los Balcanes, también se inició una política orientada a la búsqueda y fomento de jóvenes valores futbolísticos en todo el país para que el fútbol rumano, en el corto plazo, se posicionara como un equipo emergente en la arena europea y mundial. Un proyecto centralizado y riguroso encabezado personalmente por el mismo secretario general del Partido Comunista Rumano (PCR) y su familia (principalmente sus hijos). Se trató de una iniciativa que fue tomada al nivel de una cuestión de estado, pues se buscaba reubicar al país en un lugar destacado y, a la vez, brindar un nuevo eje de entretenimiento para la alicaída sociedad rumana que enriqueciera el repertorio existente de desfiles partidarios, medios de comunicación limitados y atletas olímpicos sobresalientes.

Así, a lo largo del primer lustro de los ochenta, una nueva generación de jugadores reclutados por el estado y puestos en entrenamiento en distintos clubes del fútbol profesional rumano apareció en el mapa futbolístico local. La trascendencia continental comenzó a ser una realidad con la clasificación de la selección rumana a la Eurocopa de 1984, en la que debutó un joven Gheorghe Hagi. Ahí, en el regreso de la escuadra a las primeras ligas europeas, el récord fue de un empate y dos derrotas contra España, Portugal y Alemania Occidental respectivamente.

Gheorghe Hagi en sus primeros años jugando para Rumania.

A nivel selección, las cosas apenas empezaban a mejorar luego de un periodo sin grandes pasos dados y en los que a veces faltaban cinco para el peso de cara a la clasificación a eurocopas y mundiales. Sin embargo, era a nivel clubes en donde se estaba gestando la mayor parte de la transformación, que alcanzó un punto de condensación de talentos en el Steaua Bucarest de los años ochenta. Equipo insignia de la hegemonía ceausescista, y la primera gran cristalización del proyecto deportivo.

Con el dominio europeo sostenido por el Steaua, con sus Copa y Supercopa de Europa ganadas entre los años 86 y 87, el fútbol se transformó en el mayor espectáculo ofrecido por el estado socialista rumano en sus últimos años. Este proyecto fue la primera parte de una política que ya estaba siendo reproducida en el fútbol de selecciones con el advenimiento de una generación talentosa de jugadores, en su mayoría provenientes del equipo del régimen, aunque también había un buen grupo de futbolistas salidos de otros clubes (3).

Hacia finales de la década de 1980, la situación económica había recrudecido aún más. El nivel de vida profundizó su caída. Las políticas de austeridad que priorizaron el pago de la deuda externa y la urbanización de Bucarest y el país habían dejado al pueblo en un segundo lugar. Pero el fútbol de alto nivel desplegado por la naciente generación dorada, gracias a la agresiva política de estado de los Ceausescu, daba sus frutos en materia de contención social. Era la cabeza de un espectáculo que sostenía a un régimen más frágil de lo que se pensaba previo a su caída, en diciembre de 1989.

Diciembre de 1989: caída de la República Socialista

La República Socialista de Rumania fue el último de los estados del Pacto de Varsovia (4) en caer. Su final fue trágico, espectral, nebuloso y violento. El cambio político comenzó y concluyó en los últimos días de 1989. Un corolario trágico aunque exótico y posmoderno para el ciclo de los estados socialistas burocráticos constituidos en Europa Central y los Balcanes luego de la Segunda Guerra Mundial con el apoyo y bajo la órbita de la Unión Soviética.

Polonia, Hungría, Alemania Democrática, Checoslovaquia y Bulgaria, en ese orden, experimentaron reconfiguraciones políticas que fueron, en general, pacíficas. Con movilizaciones populares y coaliciones opositoras, financiadas por el extranjero, quizás, sí, pero que captaron el descontento por una situación de estancamiento y empobrecimiento frente a gobiernos que carecían del apoyo y los recursos para seguir en pie, mientras que el capitalismo occidental salía de su crisis reconvertido en un monstruo más desigual pero, a su vez, más espectacular. Estos espacios que abogaban por una democracia multipartidista burguesa llegaron al poder con elecciones, como es el caso de Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Checoslovaquia. Luego hubo otras situaciones, como en Bulgaria y Ruamania, donde fueron sectores internos de los partidos comunistas los que encabezaron golpes internos. Así, el secretario general del Partido Comunista Bulgaro, Todor Zhivkov, fue desplazado de su cargo unos días después de la caída del Muro de Berlín.

Luego de la caída en desgracia del avejentado líder búlgaro, Rumania se mantenía como el único estado socialista europeo en pie si omitimos a la URSS, ensimismada por las reformas de Gorbachov, Yugoslavia, en medio de una gran crisis económica y nacionalismos cada vez más poderosos, y Albania, que afrontaba el post-hoxhismo sin mayores éxitos. Los Ceausescu, ya bajo la lupa tanto de Washington como de Moscú, tenían los días contados. En Timisoara, al oeste del país, en la frontera con Hungría ya en reconversión al capitalismo, comenzó a mediados de diciembre una movilización opositora que aparentemente fue reprimida sangrientamente por su policía secreta, la Securitate. El conducator, mientras, se encontraba fuera de viaje por la República Islámica de Irán, uno de los pocos aliados significativos que le quedaban.

Ceausescu llamando al orden en su último discurso, luego de oirse varias ráfagas de disparos a lo lejos que desencadenaron gritos de pánico en la multitud. Para ese momento ya había perdido el control de los acontecimientos por completo.

La situación de la república socialista era muy austera y la mecha estaba más corta que nunca con los acontecimientos sucedidos en el resto del Pacto. Aunque no existía el nivel de movilización que si tenía lugar en el resto de los países que experimentaron cambios políticos, esta se representaba en el descontento de las clases profesionales liberales y los jóvenes que aspiraban a serlo. Por otro lado, las segundas líneas del PCR, puestas en el congelador por la pareja en el poder, estaban ávidas de renovación. Y el momento, de una debilidad extrema para Ceausescu y su círculo, era inmejorable para avanzar la mayor cantidad de posiciones que fueran posibles sin que importara el costo, siempre y cuando los catapultara al mando del estado.

En este escenario complejo hacían falta recursos para seguir manteniendo el andamiaje, pero Niculae y su esposa Elena ya no tenían un millón de amigos como en los años setenta, cuando la posición de Rumania como país relativamente autónomo de Moscú (en una posición similar a la de Yugoslavia aunque con los pies dentro del Pacto de Varsovia) cotizaba alto en el tablero geopolítico de la Guerra Fría. Luego del gran switch económico acontecido entre los años setentas y ochentas hacia el neoliberalismo y la revolución tecnológica en occidente, y del ascenso de Gorbachov a la cúspide del poder político en la URSS, sus materias primas dejaron de importar y, más allá de pagar todas sus deudas con el extranjero aún a costa de igualar hacia muy abajo la calidad de vida de la población, devino en un paria internacional al que a duras penas le atendían el teléfono en el Kremlin.

Los sucesos que llevaron a la caída y asesinato de Niculae y Elena Ceausescu, luego de gobernar juntos durante 34 años a la nación de valacos, moldavos y transilvanos bajo la egida de una versión más del distorsionado socialismo real (una variante del socialismo burocrático al estilo soviético), fueron de corte espectacular. Un evento vendido por medios y estudiosos occidentales como la primera revolución televisada y posmoderna. Una diversa cantidad de aproximaciones académicas coinciden en que la naturaleza confusa del cambio político no quita que haya habido un golpe de estado desarrollado por ex comunistas que se encontraban en las segundas líneas del PCR, liderados por Ion Iliescu, un ex hombre fuerte del depuesto y asesinado secretario general que había caído en desgracia por vibrar muy alto y tener demasiadas ambiciones para el gusto de la pareja. La sucesión espectral de hechos no se dio sin violencia, hubo un presidente y una primera dama fusilados y miles de muertes, aunque los números han sido distorsionados de acuerdo al interés de cada sector político.

El Frente de Salvación Nacional y su modelo híbrido de integración al capitalismo

En la confusión, los ex comunistas realizaron su purga (quizás la razón sobredeterminante del zafarrancho provocado), se reconvirtieron y ampliaron su espacio a sectores participantes de la revolución por fuera de la estructura partidaria del ex PCR al llamarse el Frente de Salvación Nacional (FSN). Una nueva hegemonía parecía formarse en el poder político luego de días de tiroteos, explosiones y escaramuzas entre soldados, espías de la Securitate, y civiles armados, todos entremezclados en bandos que, aunque envueltos en una aparente lucha por el poder político entre la facción caída en desgracia y la ascendente, no tenían del todo claro ya por lo que estaban peleando. Las segundas y terceras filas del FSN, en paralelo, yluego de décadas a las sombras de los Ceausescu, permanentemente divididas y reconfiguradas por ellos con el objetivo de que nadie madrugara al binomio más poderoso de Rumania, andaban con el serrucho en una mano y el hacha en la otra. Eran los únicos con las cosas muy claras en torno a cómo proceder en medio del caos. Ante la falta de una oposición organizada en un frente dotado de estructura, la única organización política que podía hacerse cargo de Rumania era la que antes se llamaba PCR y, luego de 1989, pasó a llamarse FSN. Un grupo político de underdogs familiarizado con la administración del poder político y estatal existente en ese país.

El nuevo jefe de estado, Ion Iliescu, rodeado por sus principales socios políticos en el FSN, Dumitru Mazilu y quien sería el primer ministro, Petre Roman, representante del sector más liberal y pro-capitalista.

El apoyo de Moscú al golpe de Iliescu ratificó la postura del nuevo presidente de orientar a la Rumania post-comunista hacia un modelo capitalista “nórdico al estilo sueco”. O aunque sea, a un modelo sueco con características rumanas. Tal posicionamiento en esa improvisada tercera vía lo ubicó en un lugar diferencial al rápido alineamiento de Polonia, Hungría, Checoslovaquia y Bulgaria con la entonces Comunidad Europea, la OTAN y Estados Unidos. Para Occidente, esa perspectiva, al desentenderse del consenso neoliberal, lo seguía ubicando dentro de los estados parias. Para Iliescu, sin embargo, quedar bien con Washington no parecía una prioridad porque buscaba mantener firme su amistad con Gorbachov, con quién se identificaba ideológicamente. Mientras que al Kremlin le convenía conservar, por motivos estratégicos y geopolíticos de distintos sectores que componían al gobierno soviético, a Bucarest como aliado ante la avalancha del realismo capitalista, que llevaba su pirotecnia neoliberal a un Pacto de Varsovia ya reducido a escombros.

La política económica, social y de apertura instaurada por el nuevo gobierno fue de naturaleza híbrida. En lo económico no se direccionó hacia la valorización financiera sino que trató, en un principio, de conservar y reactivar la industria sin que ello significara tener que abrirla por completo al mercado internacional y al sector financiero, lo mismo con los proveedores de servicios públicos. La idea del neoliberalismo no caló hondo en la mayoría de los sectores que componían al heterogéneo aunque dominado por ex comunistas gobierno del FSN. Aunque mas allá del dominio de las ex segundas líneas del pasado régimen, había en ellas notables divergencias entre los más estatistas, como Iliescu, y los más pro-negocios y privatizaciones, como su primer ministro reformista Petre Roman, los cuales fueron ganando más espacio a medida que el margen de maniobra para el proteccionismo se achicaba más.

La falta de apertura política, por su parte, reactivó la protesta de sectores de clase media contra el estado, en especial luego de las primeras elecciones generales de carácter multipartidario en las cuales ganó el Frente por el 85% de los votos frente a partidos nuevos y otros que existían desde antes de la Segunda Guerra Mundial, de orientación liberal, conservadora y regionalista, y fueron rehabilitados con la formación del nuevo gobierno, pero no lograron constituir una alternativa que captara a la mayoría debido al poder estatal con el que contaba el FSN para que los comicios se desarrollaran a su favor.

El obstruccionismo de Iliescu, que impedía abrir el juego político, profundizó el antagonismo entre el gobierno y el movimiento ciudadano democrático, de corte liberal, que pedía al Frente que abandonara el hibridismo y se orientara hacia Occidente. Sin embargo, el FSN respondió de forma abrupta convocando, bajo el argumento de que el país estaba al borde un nuevo golpe de estado, a grupos multitudinarios de trabajadores mineros, destacados por su resistencia a las políticas de ajuste implementadas por Ceausescu en su momento, para aplastar de manera violenta las protestas en forma tercerizada en un escenario de lucha de clases entre sectores medios y bajos, urbanos y rurales de la clase trabajadora y profesional. Otro espectáculo espectral con el que evitaron ensuciarse las manos a la vista de la opinión pública. Los mineros, posteriormente, saldrían a parar el país en respuesta a las medidas de flexibilización y desinversión en ese sector tomadas por el gobierno.

Italia 1990: la presentación de la generación dorada

En medio de la tormenta política, social y económica en la que se encontraba el país por 1990, los efectos del proyecto futbolístico seguían con su desenvolvimiento deslumbrante, como una inercia de la energía invertida en él, el fútbol rumano parecía no encontrar techo, y había grandes expectativas de cara a la participación de la escuadra rumana en 1990, de la cual se pensaba que podía pasar de ronda en un grupo difícil. Llegar a octavos de final era visto como algo esperable, pero también como un triunfo inédito en la historia de ese deporte en el país.

Así, luego de una década de crecimiento concentrada en el Steaua, el derrame de talento pasado por el laboratorio del real socialismo rumano inició su proceso de condensación a nivel selección luego de dos décadas de ausencias en copas del mundo en las que solo alcanzó una mínima trascendencia al clasificar a la Eurocopa de 1984. La base del seleccionado estaba conformado por jugadores del Steaua y el Dinamo Bucarest, los dos principales equipos de la ciudad y el país. Hagi, Lacatus, Dumitrescu y Balint se desempeñaban en el ex club de los Ceausescu, mientras que Raducioiu, Lupescu y Mateut lo hacían en el Dinamo Bucarest, el club de la Policía y segundo más grande a nivel nacional. También estaba Gheorghe “el pastor” Popescu, quien jugaba en el Universitatea Craiova, uno de los más importantes del interior rumano. Apenas un solo jugador pasaba sus días en el extranjero, Camataru, un veterano de guerras pasadas devenido en pionero de irse a jugar afuera quien, para ese momento, formaba parte del Charleroi belga.

El equipo titular de Rumania en Italia 1990, con la estampa del todopoderoso Steaua de los años ochenta.

Era un equipo con deportistas rutilantes que se encontraban en muy buen nivel. Los partidos jugados en Italia demostraron ello, pues posibilitaron que fueran valorados por clubes de otros países europeos. Así, en paralelo con la progresiva aunque gradual apertura experimentada en el estado rumano comandado por el FSN, en especial luego de la caída de la URSS, el fútbol rumano pareció abrirse a una mayor velocidad que la transición política y económica, siendo uno de los sectores más a la vanguardia en esta última materia.

Italia 1990 fue un escenario en donde el fútbol rumano reapareció ante el mundo en tanto selección. Le tocó un grupo difícil en la primera ronda compuesto por Argentina, Camerún y la URSS y demostró un fútbol de contragolpe pero creativo que lo empujó a octavos luego de tres partidos en los que su rendimiento fue parejo. Ganó 2–0 a los soviéticos, perdió con Camerún, un equipo que, a diferencia del rumano, explotó lo suficiente como para llegar a cuartos de final y empató con Argentina en un resultado histórico que sería superado en el mundial de 1994 contra la misma selección. En octavos, y en el marco de un partido sin goles y con pocas chances de gol en parte por el esquema conservador de la selección de Irlanda, Rumania quedó afuera por penales.

El hecho de haber pasado la primera ronda por primera vez en la historia de los mundiales habló de una actuación histórica de esta selección, que marcó la entrada a una nueva etapa en la vida del fútbol rumano en sí, y para la sociedad rumana, inmersa en una transición confusa, dolorosa y fantasmagórica hacia el capitalismo, lejos de la esfera de Washington y sin padrino político con la caída de Gorbachov. El modelo basado nebulosamente en el estado de bienestar nórdico y en la perestroika parecía haber perdido referencia geopolítica en 1991 y se daban así las condiciones objetivas para girar la cabeza sin prisa pero sin pausa hacia el oeste y relacionarse con sus instituciones políticas y económicas, por más que le pesara a Iliescu y otros que apostaron por hacer las cosas a lo Mikhail aunque sin perder el gusto por algunas tradiciones ceausesistas. El FSN, con cada vez más peleas internas, se volcaba al neoliberalismo a medida que el centro-derecha comenzaba a agruparse y correrlo con su agenda pro privatizaciones y negocios.

Optimismo en medio de la fantasmagoría

Lo único positivo del poscomunismo para el ancho de la población que comenzó a percibir el ajuste económico acompañado de una mayor apertura política, la cual, en paralelo a la erosión de la presidencia de Iliescu, trajo aparejada la inevitable conformación de una coalición de centro derecha más afín a Washington que comenzó a disputarle poder al FSN, fue la explosión del fútbol rumano luego del mundial 1990, que repartió a los jugadores talentosos en las ligas de Europa Occidental durante la siguiente década. Algo que en principio se pensaba como algo a favor a nivel selecciones porque potenciaría el talento y la experiencia ya acumulada por estas estrellas en los clubes rumanos bajo los parámetros exigentes de la familia Ceausescu, aunque luego terminó siendo un huevo más de la serpiente que las fuerzas del mercado depositaron en ese jardín forjado por el estado socialista.

La apertura en el mercado de pases fue una variante más de la opaca transición hacia el capitalismo iniciada por el estado poscomunista rumano. Un desplazamiento que se dio, en líneas generales, por debajo del radar de Occidente en los primeros años de la nueva etapa política, que dejó al país balcanico librado al azar en una región ya inestable con la guerra en la ex Yugoslavia. En ese desarrollo seguido por un gobierno entre democrático y autárquico a través de un bosque oscuro de ISI incompleta, estafas piramidales y empresarios falopa (cc @dubstar78) que hicieron su fortuna ya sea apropiándose de activos estatales y/o acumulando capital de formas non sanctas (por fuera de los parámetros occidentales de lo non sancto establecido o de manera “distinta”), la compra y venta de jugadores se ubicó en una borroneada zona fronteriza entre lo legal e ilegal que enriqueció a representantes devenidos hombres de negocios con firmes contactos que los conectan a las instituciones políticas, grandes empresas y al crimen organizado.

El fútbol mantuvo a su vez una importancia primordial para las aspiraciones políticas, aunque esa relevancia era aprovechada de forma parasitaria por los gobiernos poscomunistas, pues ya habían abandonado el esquema de producción centralizada de superjugadores, devenido en un proceso llevado a cabo por los clubes. De esta manera predatoria, al menos hasta lo que duró la generación dorada y sus remanentes en los primeros dos mil, tener un buen vínculo con la selección acrecentaba el capital político de los presidentes rumanos. Esa importancia se debió al valor de la escuadra rumana como símbolo y garantía de unidad nacional en un país caracterizado por divisiones entre la clase trabajadora y la clase profesional, las ciudades y el interior, y entre el Este valaco y moldavo, más empobrecido, ortodoxo y oriental, y el Oeste transilvano, más desarrollado, conectado a Hungría y al resto de Europa, principalmente Alemania, por la comunidad de ese país que reside en dicha región.

El duro momento económico que se extendió a toda la década de noventa agravó la amenaza constante de fragmentación y polarización. Por eso Hagi y compañía, a medida que sus éxitos consolidaban el estatus de Rumania como superequipo de Europa oriental, equiparado a una ascendente Bulgaria y una Yugoslavia que, pese a su desintegración seguiría manteniendo su condición de potrero de inferiores, pasarían a tener una importancia equivalente o superior a la de los sucesivos gobiernos que tuvieron lugar a lo largo del mismo tiempo que la generación dorada se consolidaba como un horizonte deseable, aunque abstracto, para el pueblo de lo que la nación balcánica debía ser. Un significante vacío, en el cual todos los sectores socio-económicos y políticos depositaban tanto sus anhelos como esperanzas, que flotaba bonapartísticamente sobre la sociedad poscomunista. Una manifestación del hilo rojo de la historia que avanzaba entre las contradicciones económicas y políticas que asolaban a la transición poscomunista.

Estados Unidos 1994: el mejor momento

El camino hacia el que fue su mayor éxito, que catapultó a la escuadra hacia lo más alto de la popularidad, en Estados Unidos, no obstante no se trató de una senda linealmente ascendente desde el mundial 1990, sino que ha tenido sus avances y retrocesos. La no clasificación a la Eurocopa 1992 fue el principal de esos tropiezos. El equipo contaba con parte de la misma base de jugadores que en 1990 más la introducción de nuevas figuras como Dan Petrescu. No hizo una mala campaña, pero las dos derrotas con las que arrancó, frente a Escocia y Bulgaria de local (0–3) condicionaron el resto de la campaña hasta el final, cuando terminó tercera detrás del país británico y Suiza, empatando con el segundo en puntos pero quedando afuera por diferencia de gol.

La eliminatoria al mundial 1994 tampoco estuvo exenta de irregularidades y derrotas falopa de la selección rumana, entre ellas puede contarse el catastrófico 2–5 a manos de Repúblicas Checa y Eslovaca (Selección de Ex Checoslovaquia entre 1990 y 1994) y el 0–1 contra Bélgica. Los desbalances en los resultados encontraron su final con la asunción de Angel Iordanescu como nuevo director técnico de Rumania, quien terminó clasificándola a Estados Unidos. Aunque la irregularidad sería un factor que no abandonaría a esta selección, lo cual contrastó con sus varios momentos de brillantez (victorias por 3–1 ante el decepcionante superequipo colombiano, 1–0 ante EEUU y el histórico 3–2 contra Argentina). Una muestra de ello fue la goleada recibida contra Suiza (1–4) en el segundo partido de ese mundial. Algo que también echó luz sobre una vulnerabilidad más: la dificultad para jugar contra equipos europeos, manifiesta en aquel mismo torneo frente a la selección helvética y frente a Suecia (2–2 y ganó Suecia por penales), que cortó, gracias a un juego defensivo y táctico, aunque complementado con delanteros potentes como Brolin, una gesta que parecía difícil de parar luego de la victoria contra Argentina en octavos.

Hagi coloca un centro mientras saca a pasear a Chamot en octavos vs Argentina

Rumania presentó para este mundial una plantilla conformada por estrellas de 1990 que juegan en el exterior (Raducioiu en Milán, Popescu en PSV, Lupescu en el Bayer Leverkusen, Hagi en Brescia, etc.) con nuevos valores, algunos afuera (Munteanu en Cercle Brugge, Belodedici en Valencia) y otros en la liga local (Galca en Steaua). De los que participaron en Italia 1990, la mayoría mantuvo su nivel, otros tuvieron malos pasos por clubes importantes pero así y todo mantuvieron su jerarquía, como el caso de Hagi, quien luego de no ser valorado en el Real Madrid, equipo al que fue luego del mundial de Italia, viajó a Brescia a levantar los estandartes del club de esa ciudad industrial italiana para llevarlo a la Serie A. Las nuevas incorporaciones juveniles, entre las que ya destacaba Adrian Ilie, reflejaban que la maquinaria para la producción de jugadores de élite siguió en pie, quizás más por inercia e improvisación producto del oportunismo político que por política de estado, pero funcionaba. Y había que aprovechar cada momento, cada jugador que surgiera de ese entramado ya en crisis debido a la multiplicación de intereses capitalistas en el esquema, antes de que terminara por desvanecerse en el aire ante la falta de voluntad por continuarlo a mediano plazo.

El equipo que tranquilamente podría haber llegado a semifinales de EEUU 1994 pero perdió por penales ante un calculador y ágil equipo sueco, que aprovechó la grave falencia del portero Prunea en el gol que los llevó al empate, hizo la mejor campaña de todos los mundiales, ubicándose sexta en la tabla general de posiciones. Sus vecinos búlgaros, otro superequipo, llegaron un peldaño más lejos, pero qué importaba, el pueblo rumano contaba también con un equipo de distintos, que fueron recibidos cómo héroes al llegar a Bucarest. Había que abrir paso a la escuadra que garantizó la paz política en los primeros años de la transición, en los que el FSN supo valorar al fenómeno, sacándole provecho en un contexto delicado de transición al capitalismo que consolidó su posición como coalición gobernante más allá de sus disputas internas en los dos últimos años de gobierno. Aunque ello no le sirvió de mucho para poder continuar con el control del estado más allá de las elecciones generales de 1996.

La desacralización

A mediados de los noventa, el FSN llevaba gobernando el país seis años. Iliescu fue re electo en 1992, aunque con un margen menor respecto a sus opositores. Esa misma oposición creció gracias a que sectores a la derecha del entonces gobierno rompieron con el oficialismo para formar nuevos partidos que se aliaron al nuevo frente que llegó a la presidencia en 1996, cuando Emil Constantinescu vence al Ion Iliescu en segunda vuelta de la elección general celebrada ese año. En ese contexto de nuevos cambios políticos, que parecían poner en riesgo las nuevas fronteras políticas que habían constituido los ex comunistas, dinamitando una parte nada desdeñable de su hegemonía electoral, la selección rumana comenzó la eliminatoria para la Eurocopa de Inglaterra 1996 con grandes expectativas de igualar o quizás mejorar la gesta de 1994.

Emil Constantinescu, lider del centro-derecha poscomunista, ganó las elecciones del 96 a Iliescu y le arrebató el poder al FSN. Aunque solo para profundizar el camino hacia el capitalismo neoliberal.

La eliminatoria transcurrió sin dificultades y Rumania terminó primera en su grupo, relegando a Francia al segundo lugar. Las condiciones parecían ser óptimas de cara a la fase de grupos, más allá del grupo áspero que le tocó en el sorteo, con Francia (otra vez), España y Bulgaria. Sin embargo, la nueva vuelta rumana a la Euro fue aún menos auspiciosa que la de 1984, pues no pudo sumar ni siquiera un punto y perdió los tres partidos de la primera ronda. Francia, en un acto de venganza por el segundo lugar en el que quedó en el grupo eliminatorio, le ganó por la mínima diferencia (0–1). Luego, en el partido clave contra Bulgaria, les anularon mal un gol y Stoichkov marcó el único tanto del encuentro, que los dejó sin chances de clasificar. En el tercer partido quedaba jugar por el honor y la primera victoria en su historia de participaciones en el certamen, sin embargo, Rumania perdió de nuevo, esta vez por 1–2 contra España en un partido sospechado de arreglo para favorecer la clasificación de la selección ibérica. Algo con lo que, quizás, en un arranque de impulsividad mal orientada, una parte mayoritaria del equipo y la federación acordaba debido a la derrota frente a Bulgaria, en la que las malas decisiones arbitrales le jugaron en contra al equipo rumano.

Gheorghe “el pastor” Popescu retiene el balón frente al mediocampo búlgaro en la Euro 1996.

La temprana eliminación tomó por sorpresa al público y a los medios. La presión y el exceso de confianza jugaron en contra al equipo y cuando las expectativas superan las condiciones objetivas que puede alcanzar un proyecto, los resultados, a veces, son mucho peores a lo esperado, o reflejan el peor de los escenarios vislumbrados en la previa. En un grupo difícil como el que le tocó, para Rumania era esperable tanto que clasificara primera como que quedara afuera en último lugar. Las posibilidades eran amplias frente a tres selecciones complicadas de vencer. Nadie hubiese querido que volvieran de Inglaterra sin puntos, pero así sucedió. Sin embargo, a la generación dorada, con sus nuevas variantes, todavía le quedaban cartuchos como para un mundial y una Eurocopa más.

De todas maneras, el precio de la decepción se pagó con una pérdida gradual de la aureola que ostentaba desde el mundial 1994. Las críticas desde la prensa especializada se multiplicaron y resistieron la continuidad de Anghel Iordanescu como dt. Sin embargo, Hagi se cargó al hombro el equipo en apoyo a su técnico y enfrentó más de una vez los ataques del periodismo. Es bueno resaltar este fin del romance entre la selección y, al menos, parte de la prensa, y ubicarlo, en paralelo, con el final de la hegemonía del FSN en la política rumana, que le dio pasó a una variopinta coalición de gobierno que buscaba acelerar la transición al capitalismo eliminando o reduciendo los resortes del poder estatal que aún permanecían protegidos durante el gobierno de Iliescu. La selección rumana, más allá de ese cambio político, siguió posicionada como un símbolo del espíritu popular rumano, y ello también fue aprovechado por el nuevo gobierno, de carácter ampliamente neoliberal, para llevar adelante su programa de reformas agresivas y privatizaciones.

Esta suerte de coalición entre la selección nacional-popular y el gobierno de centro-derecha, que dinamitaba su capital político obtenido con el balotaje a la vez que parasitaba el poder que la generación dorada tenía sobre los hombres, se extendió durante unas eliminatorias al mundial de Francia 1998 en las que la escuadra rumana transitó los partidos sin mayores problemas y se transformó en el primer clasificado con nueve partidos ganados y uno empatado. Le había tocado un grupo fácil, en el que la República de Irlanda se perfiló como el único rival serio. Eso fue un factor a favor. Y también le fue achacado por la prensa que comenzó a criticar los planteos de Iordanescu en 1996. Un poco de la magia de 1994 ya se había ido, pero aún había talento. Y ello se sumaba a la experiencia conseguida por la generación dorada hasta el momento.

El panorama era realista, las expectativas cayeron al margen de lo real. Este fenómeno en la relación del periodismo y el público con la selección rumana se dio en paralelo al rápido desencantamiento del electorado rumano que votó al gobierno de centro-derecha con el pasar de las medidas impopulares de ajuste y privatización de empresas. La situación económica parecía empeorar con el aumento del desempleo, la pauperización salarial para atraer capitales del oeste y la exclusión social producto de esa política económica neoliberal. Ello causó una serie de crisis políticas que debilitaron al presidente Constantinescu de cara a una posible reelección en 2000. En medio de ese desenamoramiento con la política democrática bajo parámetros del capitalismo neoliberal, la generación de distintos forjados en el real socialismo ceaucescista con adiciones producto de esa misma maquinaria funcionando hasta que finalmente la terminaron de saquear las mafias dentro y fuera del estado involucradas en el negocio del fútbol, siguió manteniendo el idilio con el público, más allá de las críticas de los medios y la “pérdida de la aureola”. Las expectativas para el mundial de 1998 eran optimistas. Con llegar otra vez a cuartos de final era una misión cumplida con creces. Y esas esperanzas, en un contexto de pronunciada recesión económica, emigración y precarización de los trabajadores, ocupaban un lugar importante en el amasijado pero prevaleciente espíritu popular rumano.

El equipo de Rumania en el mundial 98 versus Inglaterra. Antes de pintarse el pelo.

Así, el desempeño del equipo fue de mayor a menor, con dos triunfos, uno contra una Colombia, que tenía a su base de 1994 envejecida, por 1–0 y una victoria histórica contra Inglaterra por 2–1, solo equiparable al 3–2 contra Argentina, aunque sin la misma épica por tratarse de un partido de primera ronda. El comienzo sumamente auspicioso dio cabida, nuevamente, al exceso de confianza y el seleccionado cedió ante la superstición de tenirse el pelo de amarillo pensando que ello les daría algún tipo de poder suplementario para llegar a cuartos de final o más allá. Y otra vez terminaron pagando ello con el precio de un resultado “humillante” contra un equipo de menor envergadura como Túnez (1–1) y una derrota de 0–1 en octavos contra la por entonces sorprendente Croacia, que parecía contar con la mejor escuadra de los países de la ex Yugoslavia Socialista, un peldaño por encima de la Yugoslavia post-socialista (Serbia y Montenegro) de Mijatovic y Mihailovic. Los frutos obtenidos por un equilibrio entre talento y oficio en su justa y armoniosa medida en los dos primeros partidos condujeron a la subestimación de posibilidades y una eliminación que estaba dentro de lo planificado como un escenario aceptable, pero no tanto como se dio contra Croacia, sino en una hipotética revancha contra Argentina. Lo cierto es que durante los últimos dos partidos del mundial en su historia, la generación dorada rumana jugó contra Túnez con la cabeza ardiendo de la tintura que les pusieron y en octavos se enfrentaron a un equipo croata que fue superior y les hizo precio con el resultado, pues tuvieron más llegadas de gol además del penal ejecutado por Suker.

Últimos cartuchos de autenticidad

En medio de un momento político y económico bajo, la selección de Rumania, pese a un desempeño que fue desde los triunfos sin tanto brillo pero con mucho oficio frente a Colombia e Inglaterra al empate sobre la hora contra Túnez y la eliminación contra Croacia, se mantuvo, con críticas si, pero sin discusión sobre el lugar que le correspondía, en lo más alto de la estima de un público conformado principalmente por las clases trabajadoras y medias bajas, principales perjudicadas por las medidas de ajuste económico acontecidas durante el duro mandato de Constantinescu, en lo más hondo del trago amargo de la larga transición hacia la consolidación neoliberal con el ingreso a la Unión Europea en 2007.

El equipo fue duramente cuestionado luego del tercer partido infame y la eliminación, que había bajado de un piedrazo las infulas del equipo. Las decisiones tomadas en el transcurso del torneo terminaron por boicotear el desempeño en los últimos dos partidos. Como siempre, surgieron versiones sobre los motivos subterráneos que influyeron en el destino de Rumania en Francia 1998. Una de ellas apuntaba a que luego de los dos partidos ganados sabían que ya estaban al límite de sus capacidades y celebraron por anticipado, otra que festejaron de antemano que iban a pasar con comodidad la primera rueda y evitar enfrentarse a Argentina (cosa que no les sirvió de nada) y una tercera, que decía que hubo un corte en la relación armónica entre el equipo y Iordanescu. Quien, según versiones, había llegado en pleno mundial a un pre-acuerdo con dirigentes griegos para dirigir a su selección en las eliminatorias para la euro 2000.

Lo más probable es que la realidad de ese grupo haya incluido las tres versiones en simultáneo, porque estaban más viejos que en 1994, a la vez las cosas para llegar a cuartos parecían ir según lo planeado en el mejor de los casos y, luego de la eliminación, Iordanescu efectivamente renunció al frente de la dirección técnica rumana para firmar con los griegos. Era un equipo ya veterano, que más allá de contar con nuevos talentos, como Ilie, seguía estructurándose alrededor de la veterana generación surgida en los años ochenta. No parecía surgir un recambio a la misma altura. Hagi, Popescu, Belodedici, Munteanu, Petrescu y compañía seguían como titulares inamovibles. Pero poco importaba ya, las prioridades se encontraban en nombrar a un nuevo director técnico para clasificar a Rumania a su segunda eurocopa consecutiva, y trabajar en la nueva generación que sustituiría a la dorada. En ese panorama nebuloso, una figura aspiraba a ocupar el lugar que dejaría el Maradona de los Carpatos: Adrian Mutu, un joven con cara de galán telenovelesco exótico surgido en el Arges Pitesti, y que, por los años 1998 y 1999 explotaba en el Dinamo Bucarest. Sin embargo, no haría aparición en el seleccionado mayor hasta 1999, año en el que es transferido al Inter entre bombos y platillos que lo inflaban como el nuevo Hagi.

El viejo Hagi, después del mundial 1998, con 33 años, se tomó un descanso temporal de la selección rumana y concentró sus esfuerzos en lo que parecía ser su gran proyecto a nivel club: triunfar con el Galatasaray, equipo en el que empezó a jugar en 1996 luego de otro paso en falso en España, esta vez en el Barcelona de Stoichkov. La selección rumana, ya sin Iordanescu sino con Victor Piturca como DT y Gheorghe Popescu como capitán, comenzó bien la eliminatoria para la Eurocopa 2000. Una muestra de ello fue el 1–0 obtenido contra la Portugal de Figo como visitante gracias a un gol fantasma de Munteanu. Aguantaron bien la parada a lo largo de los partidos hasta que a su jefe espiritual se le ocurrió volver al ruedo en el juego de local contra Hungría, el clásico de Rumania por cuestiones que van más allá del fútbol, ganado por dos goles a cero en medio de una verdadera fiesta del pueblo congregado en la cancha del Steaua durante aquella noche. De esa manera, otra vez sin grandes dificultades e invicto, Rumania clasificaba en primer lugar para la ronda final de una copa europea de naciones.

Ya en la ronda de grupos, otra vez le tocaron rivales complicados a la generación dorada: repetía versus Portugal y también le tocó Alemania, en su peor momento histórico aunque siempre peligrosa, e Inglaterra, con una gran generación de jugadores. El promedio de edad del equipo rumano y el grado de dificultad que presentaban los rivales le confirió a este torneo un mayor grado de dificultad en relación al grupo que le tocó en la pasada edición del certamen continental. No obstante, cuando las expectativas no residían en un principio más allá de hacer un papel decoroso en la primera ronda, independientemente de si clasificara o no a cuartos, la selección jugó la mejor Eurocopa de su historia. El camino se forjó con dificultades y esfuerzos superlativos que tuvieron que extenderse casi hasta último momento, con un empate que pudo haber sido victoria contra Alemania, una derrota ante Portugal (otra vez la revancha de un rival de eliminatorias que entró segundo del grupo) y una victoria, aún más histórica y con la épica que faltó en 1998 (y encima sin Hagi, expulsado contra Portugal) a Inglaterra, con golazos de Chivu y Munteanu, y un penal casi al último minuto de Ioan Ganea, uno de los nuevos, que desempató de forma dramática un 2–2 conseguido por Inglaterra con un tanto de penal marcado de Shearer y un golazo de Owen ante una hermosamente mala salida karateka de Stelea.

El desempate con el penal ejecutado por Ganea a través del cual Rumania le ganó 3–2 a Inglaterra y clasificó, por primera vez, a los cuartos de final de una eurocopa.

La clasificación a la ronda de eliminación directa fue un triunfo que convocó a multitudes en las calles de Bucarest y otras ciudades para celebrarlo. Una muchedumbre que ningún político, ni Iliescu ni Constantinescu, pudieron convocar. En el crepúsculo, la generación dorada alcanzó un logro casi de la envergadura del mundial 1994. Entre medio de ese mundial y la aprobatoria pero autoboicoteada performance de 1998. Una épica necesaria en el corolario del gobierno reformista neoliberal que encabezaba el estado rumano desde 1996, el cual, hacia 2000, se encontraba contando los minutos para terminar. Al frente, se encontraba el hombre fuerte del post-comunismo, Ion Iliescu, preparado para volver a ser presidente luego de cuatro años como opositor. El centro-derecha, al encontrarse sin candidatos, presentó listas distintas que no sumaron suficientes cantidades de votos para enfrentar al ex presidente, la falta de simpatía del electorado hacia el neoliberalismo duro dio lugar al surgimiento de un candidato de ultraderecha: Corneliu Vadim Tudor. La radicalización de su discurso, orientado a la xenofobia y el racismo, hizo que tuviera un techo reducido de votos en el balotaje, que perdió por amplio margen ante un Iliescu que resurgía una vez mas como el presidente del consenso hegemónico en la política rumana poscomunista.

Puede trazarse un paralelismo entre este Iliescu aún más herbívoro (?)que sus versiones anteriores, que se alía con Bush II en las Guerras de Iraq y Afganistan, y la generación dorada rumana. Ambos persistían como los faros provenientes de la Rumania socialista que seguían iluminando el camino de la transición en tanto representantes del espíritu popular de ese país, una como la faceta más esplendorosa de ese espíritu y el otro como un mal necesario para que no se disuelva o degenere en mundos aún peores. Hay una simbiosis en relación a lo que representa esa columna vertebral que con inteligencia y talento mantuvo al fútbol rumano en lo más alto de su historia y el líder político alrededor del cual se estructuró, en gran parte, la transición política post-1989.

El ex comunista, luego de sus años exóticos e híbridos de los primeros mandatos, abrazó con más fuerza la socialdemocracia neoliberal, así, ubicó a Rumania como parte de la OTAN y en tratativas consolidadas de ingresar a la Unión Europea, mientras que también aprovechó la bonanza económica luego de los años de continuo ajuste sobre el salario y el nivel de vida para gobernar en el marco de una estabilidad mayor que la que imperó en las presidencias previas. Mientras Iliescu se aventuraba a poner a Rumania en el carril de la solidez macroeconómica con base en bajos salarios y precios de remate para inversiones extranjeras sin riesgos y con elevadas ganancias, asegurada en gran parte por su antecesor, la selección rumana, ya consciente de su lugar en la historia en tanto espíritu del pueblo rumano y equipo destacado en la historia del fútbol mundial, encontró su lugar en la Euro de ese año, y por qué no ya en la historia del fútbol mundial, con una esperable derrota ante una Italia con jugadores jóvenes y de peso, que le ganó sin problemas 2–0. No había mas nafta para continuar. There was no distance left to run.

El equipo parecía haberlo dado todo contra Inglaterra por la clasificación a cuartos. La vuelta de Hagi a la formación titular no aportó mucho. Es más, terminó restando de una manera confiada y tonta para lo astuto que uno piensa que podía ser, haciéndose expulsar al pedo por simular una falta en aras de ganar un penal. No fue la mejor participación del Mago en torneos internacionales. No obstante, el equipo, con nuevos jugadores como Chivu y Mutu, y bajo la dirección técnica de Ienei, quien ya había dirigido a Rumania en Italia 1990, jugó un torneo en el que se colmaron las mayores expectativas teniendo en cuenta las limitaciones que suponían el grupo difícil y el promedio de edad elevado de los seleccionados. Por otro lado, la generación de jugadores que sucederían a los caudillos parecía estar a la altura de llevar adelante una cuarta clasificación consecutiva a la ronda final de un mundial.

El final: integración y dependencia

Gheorghe Hagi, a sus 35 años, se retiró definitivamente de la selección rumana luego de la Euro 2000 para concentrarse en el Galatasaray durante lo que sería su última temporada como profesional (2000/2001). La salida de quien fue el capitán indiscutido de la selección rumana entre los ochentas y noventas , solo secundado por Popescu y en menor medida, Munteanu e Ilie, bien pudo significar el final de facto de la generación dorada. Sin embargo, la eliminatoria para el mundial 2002 fue un buen epílogo en el que se cruzaron, en un hiato, el final de una forma de desarrollar talentos futbolísticos y el comienzo de otro paradigma, más fragmentado, deshilvanado, en el que no hay un programa o solo imitaciones que se diluyen ante el primer grito en el cielo de sectores que subestiman esa metodología y prefieren ver al fútbol como una forma de multiplicar capital y poder en el corto plazo que en el de formar talentos en una forma que direccione a la selección y los clubes de ese país a ocupar planos centrales a nivel europeo e intercontinental.

La generación de jugadores que reemplazaron a la generación de los ochentas y noventas, más allá de algunos nombres de talento como Mutu, Marica, Chivu, Niculae y Ganea, entre otros, jamás alcanzaron la jerarquía de los Hagi, Popescu, Ilie, Lupescu, Petrescu,y Lacatus. Popescu tuvo que volver de su retiro en 2001 para darle a la selección rumana la jerarquía que no podía brindarle ninguno de los sucesores. Lo mismo Hagi, esta vez como novel director técnico. Así y todo, y pese a quedar al borde de clasificar para lo que hubiera sido una primera ronda accesible en 2002, perdió el repechaje contra Eslovenia en dos partidos en los que los rumanos llegaron la mayor cantidad de veces posibles a la portería contraria, pero las pocas llegadas de contragolpe por parte de los eslovenos aniquilaron el sueño de jugar en Corea y Japón en un grupo, el que le tocó a la ex nación que integraba Yugoslavia, compuesto por España, Paraguay y Sudáfrica.

Hagi, ya como dt de Rumania en la eliminatoria al 2002, enojado porque su equipo quedó afuera en el repechaje contra una ultra táctica (?) Eslovenia. Fin de ciclo.

En paralelo a la extinción de la generación dorada, la cohorte de poscomunistas que comenzaron la transición hacia el capitalismo también llegó al final de lo que sería su última experiencia al frente del estado, la magia de Iliescu, ya de edad avanzada, también se diluyó. Las generaciones de nuevos cuadros socialdemócratas tampoco estarían a la altura de los viejos cuadros que acompañaron al hombre fuerte del poscomunismo. La crisis en ese espacio, producto de un gobierno que, más allá de completar la tarea de estabilizar la economía rumana, terminó, debido al costo que esa misión conllevó, ostentando niveles altos de reprobación, dio paso a que, de 2004 en adelante, los presidentes electos provengan siempre de fuerzas ligadas al centro-derecha (Traian Basescu entre 2004 y 2014, Klaus Iohannis entre 2014 y la actualidad). Ello contribuyó a forjar un bipartidismo polarizado entre los años dos mil y dos mil diez que terminó dando paso a una hegemonía encabezada por los liberales frente al descrédito creciente al que fue sometido la socialdemocracia como resultado de la imposición de un discurso, pilar del nuevo consenso político, que la equipara con “el fantasma del comunismo, el clientelismo y la corrupción” que no deja avanzar a Rumania por el camino de la modernización tecnocrática, ascética y excluyente. La consolidación del neoliberalismo económico se afianzó con la integración a la Unión Europea y se transformó en parte estructural de la agenda de las dos principales coaliciones políticas. Tanto liberales como socialdemócratas (ex comunistas) solo quieren, con sus matices más privatizadores o estatistas, hacer bien la tarea con Bruselas y Berlín, mientras que más de la mitad de la población rumana piensa que vivía mejor durante el real socialismo (5). En esa homogeneización y consolidación de Rumania como país dependiente, su fútbol también cayó en la estocada de la commoditización de futbolistas, transformándose en la periferia de la periferia de ese deporte.

Parentesis en la UEFA 2005/2006

A nivel clubes, en 2005, tanto el Steaua como el Rapid de Bucarest volvieron a elevar al futbol rumano a las principales instancias europeas, esta vez en la Copa UEFA de la temporada 2005/2006, en lo que fue la última gesta histórica en líneas generales. Llegaron inclusive a tener que jugar entre sí en cuartos de final, un duelo ganado por el Steaua, que luego perdió la serie semifinal contra el Middlesbrough. Aquel torneo continental reflejó un paréntesis en la decadencia gracias a dos proyectos a nivel clubes que, quizás imitando el proyecto de los ochentas, lograron esos resultados sorprendentes.

La larga noche

Y así, cada generación que sucedió a otra fue disminuyendo la calidad. Mutu, con todos los altibajos que tuvo en su carrera, jugó con Rumania hasta 2013. Finalmente, en especial luego de la partida de Ilie (el último estertor de la generación dorada), en 2005, se consolidó como capitán de la selección y participó con ella de la euro 2008, el torneo al cual pudieron clasificar después de ocho años de frustraciones. Otra vez le tocó un grupo complicado, quizás más difícil todavía que los torneos anteriores, dadas las diferencias en cuanto a nivel frente a Francia e Italia (subcampeona y campeona de 2006) y Holanda, con una generación resurgente de la mano de Robben y Sneijder. Respaldando la mayoría de los pronósticos, quedó eliminada en primera ronda, aunque de manera decorosa, con dos empates ante los dos mejores equipos del mundial 2006 y una esperable derrota 0–2 contra Países Bajos.

Tuvieron que pasar ocho años más para que la selección rumana clasificara a otra eurocopa, ya ni hablemos de mundiales, para los que nunca pudo clasificar hasta el momento en el marco de eliminatorias entre dignas y desastrosas. Para la edición de 2016, la eurocopa amplió la participación de 16 a 24 equipos, lo que posibilitó a Rumania poder clasificar nuevamente a las rondas finales de este torneo. Sin embargo, otra vez se quedó afuera en primera ronda, con un solo punto (1–1, contra Suiza) y dos derrotas (1–2 contra Francia y 0–1 contra Albania). Ambas experiencias no fueron indicadoras de una nueva reorganización en el fútbol rumano que dirigiera sus destinos hacia costas promisorias. Más bien lo posicionaron en un lugar nebuloso entre el segundo y el tercer orden de selecciones europeas. Ahora está en una eliminatoria casi imposible para clasificar a Qatar (7) de la mano del hijo de Hagi, Ianis, y otros talentos, sumamente menores a los fomentados por los Ceausescu, como Mihaila y Man (?).

En estos largos años de postración, vio pasar revelaciones como Eslovaquia en Sudáfrica 2010 y selecciones que siempre prometen pero no explotan o no funcionan más allá de tener a distintos, como Lewandoski en Polonia. En los últimos años pelean posiciones con selecciones emergentes como Macedonia, Albania y Armenia (!) o modestamente resurgentes como Hungría, en una región, la de Europa Oriental, dominada por el talento croata, y la potencia económica del fútbol ruso y ucraniano. Una existencia actual lamentable y dolorosa, pero ampliamente vaticinada por la generación dorada. Ya Gheorghe Popescu había declarado en una ocasión que jamás habría una producción de jugadores como la que tuvo lugar en Rumania durante los años ochenta porque los Ceausescu ya no estaban más en el poder y el fútbol no era más una política de estado, sino que se transformó un espacio más sujeto a la mercantilización y los intereses, tanto privados como públicos, de hacer negocios cortoplacistas hasta que no quede nada, sólo un espacio en el cual se lava dinero, contratan jugadores vende humo de otros países y se licúa talento.

Referencias:

(1) Periodo de la Guerra Fría comprendido entre 1969 y 1975, aunque extensible a la totalidad de los años setenta caracterizado por la distensión en las relaciones entre URSS y EEUU.

(2) Programa de renovación urbana iniciado en 1974 que consistió en la construcción de edificios residenciales en áreas rurales y urbanas, en el marco del cual gran parte del viejo centro de Bucarest fue cambiado por edificaciones del estilo brutalista soviético.

(3) Que terminaron pasando por el Steaua o, en su defecto, el Dinamo Bucarest, el segundo equipo histórico de Rumania. Una excepción la constituyó Gheorghe Popescu, quien saltó del Universitatea Craiova al Barcelona luego del mundial 1990

(4) Acuerdo de cooperación militar entre los países del bloque soviético establecido en el año 1955, en contraposición a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), formada por EEUU y los países de Europa Occidental.

(5)https://www.elmundo.es/internacional/2014/04/10/5346de4d268e3e8f598b458c.html

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